¿El Profesor Cajero, existe?

 



Corre un rumor desde hace años, medio en chiste y medio en serio: el Profesor Cajero. Esa figura escurridiza, difícil de atrapar, pero fácil de identificar. Llega, cobra y se va. Enseña lo justo, piensa lo mínimo y se le activa la motivación solo cuando hay un aumento.


Su método pedagógico es simple: repetir lo mismo cada año como si fuese un cassette rayado. Si alguien le pide innovación, responde con un suspiro largo y una queja sobre los sueldos. Y ojo, no está del todo equivocado con eso… pero tampoco da clases por deporte extremo.


Dicen que su presencia física está garantizada una vez al mes: cuando llega el depósito. El resto del tiempo, fluctúa como las teorías de la relatividad. Su materia favorita no es Filosofía, ni Biología, ni Historia: es “Cómo llegar al cobro sin despeinarse”.


Se le reconoce fácilmente:


Tiene una biblioteca de apuntes… que no actualiza desde 2004.


Es experto en ausencias justificadas con frases ambiguas como “temas personales”.


Cree que los alumnos tienen que aprender solos, pero también tienen que aprobar.


Y cuando alguien le menciona la palabra "vocación", cambia de tema.



No corrige, revisa por encima. No evalúa, califica con fórmulas automáticas. No acompaña, delega. Su clase puede parecer un trámite, y su presencia, un trámite peor.


¿Pero existe realmente? Algunos dicen que sí, que anda por ahí, sobreviviente del desencanto y la rutina. Otros lo niegan, alegando que no se puede generalizar. Que hay miles de docentes que se rompen el alma por hacer bien su trabajo, y que reducir todo a una caricatura es injusto.


Y tienen razón. Esta sátira no es para ellos. Es para esa minoría que convirtió el acto de enseñar en una línea de producción sin alma. Es para recordarnos que, cuando el sueldo es lo único que importa, el resto se convierte en paisaje.


Porque sí, el Profesor Cajero existe. Pero también existe su antítesis: el que enseña con pasión a pesar de todo. Y entre esos dos, se juega  la educación.

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