Episodio 16: "El Umbral de la Conciencia"

 





La noche envolvía a Jonathan James como un sudario. Afuera, la ciudad seguía su curso indiferente; adentro, en la semioscuridad de la sala, Jonathan estaba sentado en el sillón de tres cuerpos, la cruz de San Benito colgando de su mano izquierda, mientras la otra descansaba, inmóvil, sobre un viejo ejemplar del Oficio Divino en latín.

La pipa apagada descansaba en su boca. No había tabaco, solo el ritual silencioso que ayudaba a ordenar sus pensamientos.

Narración interior:

> "Durante años creí que podía abandonar la oscuridad… que podía simplemente cerrar la puerta y ser otro. Ser un hombre común. Un profesor, un esposo, un creyente. Pero la oscuridad no se abandona: espera. Paciente. Silenciosa. Como un animal herido. Como un ángel caído."

La historia de su vida se había dividido en dos mundos irreconciliables:

— En uno, era el doctor Jonathan James, catedrático de Filosofía, autor de tratados sobre la verdad, el bien y la belleza.

— En el otro, había sido un ejecutor de silencios. Un sicario que, por dinero o por códigos secretos, había quitado vidas de hombres demasiado poderosos para ser juzgados por leyes comunes.

Cuando conoció a Elizabeth —su esposa— había dejado todo. También su costado más frío, más letal.

Con ella descubrió la paz de las primeras vísperas, la belleza del canto gregoriano, el silencio de los claustros, el perfume a incienso en las misas tradicionales.

Había sido un converso verdadero: oraciones en latín, disciplinas del alma, lecturas de San Agustín, San Benito, Santo Tomás de Aquino.

Dios había dejado de ser una idea; se había hecho Presencia.

Pero la muerte de Elizabeth —tan brutal, tan injusta— había apagado su fe como un viento de invierno apaga una vela frágil.

[Diálogo interno]

> “¿Quién soy ahora, Señor? ¿Un instrumento de tu justicia... o un esclavo de mi odio?”

Jonathan se levantó y caminó hasta su escritorio. Abrió el tercer cajón.

Allí estaba: una vieja pistola Beretta, la misma que no había tocado en años.

Junto a ella, una pequeña libreta con una inscripción en latín: "Non nobis Domine, sed nomini tuo da gloriam" ("No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria").

La miró con un temblor casi reverente. ¿Era ese el instrumento que Dios ahora reclamaba, o era su propia alma la que exigía sangre?

En su interior comenzaba una batalla que ningún enemigo visible podía igualar:

— Venganza o Justicia.

— Ira o Misericordia.

— Oscuridad o Luz.

Esa noche no durmió. Rezó fragmentos rotos del Oficio de Maitines, a media voz, en la penumbra.

Cada palabra le costaba como una herida.

Cada súplica era también una acusación.

Al amanecer, Jonathan ya no era el mismo.

Ni profesor, ni sicario.

Era un hombre en el umbral.

Y sabía que el siguiente paso podría llevarlo hacia su perdición... o hacia su redención.

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