EPISODIO 19: “La Ira Silenciosa”
La noticia de la masacre en la escuela se difundió como un incendio. Niños, adolescentes, maestros y profesores fueron asesinados con brutalidad. El DEIO llegó demasiado tarde: los asesinos —un grupo disperso de criminales organizados— habían huido como espectros.
Jonathan recorrió los pasillos teñidos de sangre. Sus botas crujían sobre cristales rotos y restos de mochilas infantiles.
Una furia controlada, profunda, le recorría la espina dorsal.
Thelma intentó alcanzarlo.
—No podemos corregir toda la maldad del mundo, Jonathan...
—Pero sí podemos hacer que tema.
Su voz no era ira. Era acero.
Caza en la sombra
Esa noche, Jonathan desapareció.
Sin órdenes, sin protocolos.
La ley no podía operar donde él iba.
Lectura de patrones de huida: Analizó imágenes fragmentadas de cámaras y reconstruyó la lógica inconsciente de la fuga de los sicarios. Mediante objetos olvidados (un encendedor, una medalla rota), captó emociones residuales de los atacantes: miedo, culpa, euforia. Usó mapas y registros emocionales para prever el próximo refugio probable de cada asesino.
Primer encuentro: el carnicero
Un tipo grande, tatuado, se escondía en un galpón de las afueras. Jonathan entró en silencio, como una sombra.
—¿Quién eres? —rugió el hombre.
Jonathan soltó la cruz de San Benito de su cuello y dejó que brillara bajo la tenue luz.
—Soy el eco de tus pecados.
En un movimiento fulminante, Jonathan disparó dos veces: una a la rodilla, otra al pecho. Cuando el hombre cayó, gimoteando como un niño, Jonathan se agachó.
—¿Crees en el infierno? Hoy empieza para ti.
Lo remató con un certero cuchillazo en el cuello. No hubo misericordia.
Segundo encuentro: la loba
Una joven sicaria intentaba escapar en tren. Jonathan la interceptó en un vagón vacío. Ella sacó un cuchillo y atacó con ferocidad.
Jonathan predijo su primer movimiento observando el microgesto de su ceja izquierda. Bloqueó, torció su muñeca y la desarmó con facilidad.
En el forcejeo, le susurró:
—La libertad sin virtud es destrucción. Tú elegiste tu cadena.
La arrojó contra una ventana, rompiéndola. Cuando cayó inconsciente, Jonathan le rompió el cuello de un solo movimiento seco.
Tercer encuentro: el estratega
El cerebro de la operación se refugiaba en un hotel abandonado. Creía estar a salvo.
Jonathan lo encontró revisando planos.
Sin darle tiempo a reaccionar, lo empujó contra una pared.
—¿Quién decide quién vive y quién muere? —preguntó Jonathan, acercando lentamente su rostro al del estratega.
—El más fuerte —jadeó el otro, con arrogancia.
Jonathan sonrió, heladamente.
—Entonces hoy... eres débil.
Una serie de golpes precisos destrozaron sus costillas. Finalmente, una bala en la cabeza selló su destino.
Cuando todos los implicados yacían muertos, sin que nadie en la ciudad supiera quién fue, Jonathan regresó a su despacho improvisado.
Thelma lo esperaba en la oscuridad, con el rostro desencajado.
—¿Dónde estuviste? —preguntó.
—Siguiendo el juicio que ya estaba escrito —respondió Jonathan, mientras limpiaba lentamente su cruz de San Benito.
Se miraron en silencio.
Jonathan sabía que había cruzado un umbral. No había vuelta atrás.
La violencia, como instrumento de justicia, era ahora parte de su ser.
No era monstruo.
No era santo.
Era, simplemente, el eco de una conciencia herida en busca de redención.
Monólogo final de Jonathan (voz en off)
(Se muestra a Jonathan en su despacho: luz tenue, el crucifijo de San Benito en su mano, las sombras marcando su rostro endurecido. Habla en voz baja, grave, mientras mira a la ciudad por la ventana.)
"Hay batallas que no terminan en los campos abiertos ni en los tribunales humanos.
Se libran en las alcantarillas del alma... en los rincones donde la luz apenas roza la sangre.
Hoy mi mano fue más rápida que mi conciencia.
Hoy la espada pesó más que la balanza.
¿Fue justicia... o sólo ira vestida de virtud?
¿Fui la mano de Dios… o simplemente un hombre roto arrojando puñetazos al abismo?
No espero respuesta.
No busco redención fácil.
Pero hay algo que sé:
Mientras respire, mientras el mundo dé cobijo a monstruos que devoran inocentes...lucharé.
No para salvarme.
No para ser recordado.
Sino porque en el fondo de mi ser, entre el eco de mis pecados y la voz de Dios que no calla, aún queda algo que se niega a morir: la esperanza de que el bien no está muerto... aún no."
(La cámara se aleja lentamente. Jonathan se pone de pie, se ajusta el crucifijo bajo la camisa, y apaga la luz. La escena termina en silencio.)

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