“El demonio del mediodía”

 



Capilla de la universidad. Afuera, el sol del mediodía cae vertical y ardiente. Dentro, penumbra y frescura. Diego está sentado frente al sagrario, los ojos bajos, el alma pesada. Máximo entra sin hacer ruido. Se sienta a su lado. Hablan como quien ora.


DIEGO

No es cansancio.

No es tristeza.

No es pereza…

pero es un peso.

Como si todo lo que hago… no tuviera sentido.

Como si el alma se apagara en silencio.


MÁXIMO

(Su voz es honda, sin juicio)

Hay un demonio antiguo.

No grita. No posee. No rompe cosas.

Solo te enfría el alma.


Es el demonio de la acedia.


Un letargo interior.

Una tristeza sin causa.

La fe se vuelve pesada.

La oración, inútil.

Todo parece vacío… incluso Dios.


No es depresión clínica:

es una fatiga espiritual,

una tentación de dejar todo,

porque ya nada parece valer la pena.


Los monjes del desierto lo conocían bien.

Lo llamaban el demonio del mediodía.

Ataca cuando el alma quiere rendirse.


DIEGO

¿Y cuál es su objetivo?


MÁXIMO

Que abandones tu vocación.

Que dejes la lucha.

Que te entregues al desgano, al cinismo, a la tibieza.

Que confundas el silencio de Dios con su ausencia.


DIEGO

¿Y el remedio?


MÁXIMO

Perseverar en la oración aunque no sientas nada.

Hablar con alguien santo y sabio.

Hacer pequeños actos de caridad.

Volver a la Palabra.


Y sobre todo:

no tomar decisiones definitivas en medio del cansancio.


Porque cuando el demonio de la acedia te susurra:

“¿Para qué seguir?”


Cristo responde:

“Permanece en mí.” (Jn 15,4)


DIEGO

Y si uno ya cayó… si dejó de rezar, de creer, de esperar…


MÁXIMO

Entonces no se comienza con heroicidades.

Se comienza con un signo.

Con una jaculatoria.

Con volver a arrodillarse.

El alma rota no se reconstruye con fuerza…

sino con docilidad.


DIEGO

Entonces… la acedia no es muerte.


MÁXIMO

Es una noche.

Y si la atravesás con fidelidad, se transforma en purificación.

La acedia odia la esperanza.

Pero no puede contra ella.


(Silencio. La vela del sagrario titila. No hay emoción ni fervor. Solo verdad. Y una luz que, aunque no se ve, ha comenzado a encenderse de nuevo.)


Referencias


Evagrio Póntico, Tratados ascéticos


San Juan Casiano, Conferencias, V


Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q.35


Romano Guardini, La aceptación de sí mismo


Josef Pieper, El ocio y la vida interior


Juan 15,4 – “Permanezcan en mí, como yo en ustedes”


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