“El que apunta no enseña”
Aula silenciosa. Noche cerrada afuera. Tres profesores rodean una mesa con papeles, libros subrayados y una pipa apagada. La conversación empieza casi como un suspiro.
DIEGO
Un estudiante me dijo, con decepción, que su profesor “sólo da apuntes”.
Nada más.
Ni una explicación, ni un gesto, ni una mirada.
Solo pdf.
MÁXIMO
Docente apuntador.
Ni maestro ni testigo.
Un repartidor de conceptos encapsulados…
que ni él mismo parece haber digerido.
EDUARDO
Lo más triste es que eso se confunde con “ser exigente”.
Como si inundar con textos sin sentido fuera formar el pensamiento.
No entienden que enseñar no es entregar información,
es encender comprensión.
DIEGO
Y en el fondo…
es miedo.
Miedo a la pregunta viva.
A no tener todas las respuestas.
A exponerse como humano.
MÁXIMO
Porque el que explica… se arriesga.
Desnuda su pensamiento.
Se compromete con la palabra.
Y eso exige presencia.
No sólo contenido.
EDUARDO
El modelo “transmisor unidireccional” es el ideal del tecnócrata:
eficiencia, neutralidad, distancia.
Pero educar no es eso.
Educar implica eros, como decía Platón.
Deseo de verdad, deseo de formar, deseo de bien.
DIEGO
Y deseo de estar.
No de esconderse tras un archivo adjunto.
Ni de evaluar lo que no se enseñó.
MÁXIMO
El docente que no explica, no transmite saber:
transmite abandono.
Dice, sin decirlo:
“Te las arreglás solo. Yo ya hice mi parte.”
EDUARDO
Y olvida que el saber sin guía puede ser tan opaco como la ignorancia.
Porque el conocimiento sin sentido… es carga.
Y la pedagogía sin voz… es traición.
DIEGO
Entonces, ¿qué enseñamos cuando no enseñamos?
MÁXIMO
Que el saber no vale ser compartido.
Que el estudiante no merece compañía.
Y que el docente no se juega por nadie.
EDUARDO
Pero un maestro verdadero no apunta.
Acompaña.
No se deslinda.
Se entrega.

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