“El rostro del mal”
Sala de lectura silenciosa. Libros sobre la mesa. Fuera, la tarde cae. Diego cierra lentamente un volumen de Ética. Máximo enciende su pipa, y lo observa con mirada grave.
DIEGO
Máximo…
¿existe la persona mala?
No el acto malo…
la persona mala.
MÁXIMO
(Pausa, sin responder aún. Sopla el humo.)
Una pregunta antigua.
Y peligrosa.
DIEGO
¿Peligrosa?
MÁXIMO
Sí.
Porque si decimos que alguien “es” malo, corremos el riesgo de convertir su alma en algo cerrado, definitivo.
Y eso… es desesperanza.
Y Dios no desespera nunca.
DIEGO
Pero hay personas que destruyen, que mienten con frialdad, que disfrutan hacer daño.
¿No es eso maldad?
MÁXIMO
Es la elección del mal.
Pero no la identidad del ser.
Santo Tomás decía que el mal no tiene sustancia propia:
es parasitario.
Nadie es malo por esencia…
porque todo ser viene de Dios.
DIEGO
Entonces… ¿el mal está en la voluntad?
MÁXIMO
En la voluntad que se separa del bien.
En el uso libre y perverso de una libertad herida.
San Agustín lo decía: “El mal es el desorden del amor.”
Amar lo que no se debe… más de lo que se debe.
DIEGO
¿Y qué pasa con quienes parecen gozar del mal?
MÁXIMO
Puede haber endurecimiento.
Costumbre.
Oscurecimiento.
Pero incluso allí… sigue latiendo una chispa.
Porque el ser no se destruye del todo.
Hasta el más vil conserva —aunque sepultada— la huella del Bien.
DIEGO
Entonces… ¿no puedo decir “esa persona es mala”?
MÁXIMO
Podés decir que actúa mal. Que ha elegido el mal. Que está lejos de la verdad.
Pero reducirla a eso… es negarle la posibilidad de redención.
Y sin esa posibilidad, no hay cristianismo.
DIEGO
¿Y si no quiere cambiar?
MÁXIMO
Entonces duele.
Entonces es legítimo apartarse, defenderse, denunciar.
Pero incluso así… no odiar.
Porque el odio fija al otro en su peor rostro.
Y la caridad —aún sin reconciliación— deja abierta la puerta de Dios.
DIEGO
(En voz más baja)
Entonces, tal vez… el mal absoluto no está en el otro.
Está en creer que el otro ya no puede salvarse.
MÁXIMO
(Lo mira, asintiendo)
Y ahí empezamos a parecernos a lo que odiamos.
Porque juzgar sin esperanza…
es hacerle un lugar al infierno.
(Silencio. La luz de la ventana se apaga. Diego cierra los ojos. Máximo apaga su pipa. Hay paz, pero no evasión.)
Referencias implícitas:
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q.48 (naturaleza del mal)
San Agustín, Confesiones, libro VII
Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén ("la banalidad del mal")
Romano Guardini, El mundo y la persona
Kierkegaard, La enfermedad mortal
Evangelio según San Lucas 15: la oveja perdida

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