“El tiempo de la distopía”

 



Un bar discreto, de mesas de madera oscura y lámparas colgantes. Llueve suavemente afuera. Dentro, el aire está tibio. Diego y Máximo ya están sentados; sobre la mesa, libros abiertos: La sociedad del cansancio, Ciudad de Dios, El Señor de los Anillos. Eduardo llega en silencio, deja el paraguas, y se une sin formalidades. En sus manos, un ejemplar muy leído de El Silmarillion anotado en los márgenes.


DIEGO

(Eduardo toma asiento)

Hablábamos de esto que nos rodea.

De la sensación cada vez más clara…

de que ya vivimos en una distopía.


EDUARDO

(Con serenidad)

La distopía no llegó con tanques, Diego.

Llegó con comodidad.

Con optimismo de marketing.

Con palabras vacías que suenan a libertad,

pero que no tienen raíz.


MÁXIMO

Sí.

Y con la pérdida de lo más sutil:

el alma.

La distopía no se impone con fuerza…

se vuelve deseable.


DIEGO

La libertad hoy no libera.

Agota.

Es un catálogo de elecciones sin profundidad.


EDUARDO

Huxley lo vio con claridad.

No sería el odio el problema, sino el placer.

La distracción perpetua.

Y sobre todo:

la disolución del lenguaje.

Porque sin palabra justa,

no hay verdad que se sostenga.


MÁXIMO

Y sin verdad,

el hombre no es sujeto.

Es mercado.


DIEGO

Entonces la distopía no es un lugar.

Es una condición.


EDUARDO

Exacto.

Es el mundo sin Logos.

Un mundo donde se ha perdido el eje creador,

y todo se fragmenta.


MÁXIMO

Por eso Tolkien nos sigue hablando.

Porque su mundo comienza con música…

con el Verbo.

Y el mal aparece cuando alguien quiere desentonar.


EDUARDO

Y porque, en su obra, la resistencia no es política…

sino espiritual.

Es un puñado de fieles que aún saben pronunciar el nombre verdadero.

Que aún rezan.

Que aún recuerdan la Luz.


DIEGO

¿Y qué hacemos ahora?

Cuando todo parece espectáculo.

Cuando el pensamiento se volvió rareza.


MÁXIMO

Resistir sin histeria.

Enseñar sin espectáculo.

Orar sin apuro.

Construir pequeñas fortalezas de verdad.


EDUARDO

Y custodiar el lenguaje.

No con purismo…

sino con reverencia.

Porque nombrar es participar del ser.

Y si el verbo cae…

todo cae.


DIEGO

Entonces… ¿somos testigos?


MÁXIMO

Sí.

Y más aún:

somos centinelas.

Como Frodo y Sam en Mordor.

Como los sabios que custodian un fuego que ya no alumbra…

pero aún calienta.


(Silencio. Afuera la lluvia continúa. Dentro, el mundo parece aún posible. Tres hombres. Una conversación. Y el Logos que no se ha extinguido.)

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