“Conciencia y vínculo”




Biblioteca universitaria. Tarde de lluvia. Diego se sienta frente a una ventana, contemplando el vidrio empañado. Eduardo y Máximo llegan casi al mismo tiempo. No hace falta saludarse: el silencio compartido ya dice que están por comenzar a pensar juntos.


Diego (pensativo):

He llegado a una conclusión dolorosa. No basta con quererse para que una relación funcione.

Ni siquiera basta con tener proyectos, principios o afinidades.

Lo que realmente sostiene o destruye una relación… es el nivel de conciencia de quienes la habitan.


Máximo:

Lo has dicho con precisión.

Donde no hay conciencia, hay impulsos. Y el impulso no construye: reacciona, exige, huye o domina.


Eduardo:

Y ojo, que conciencia no es solo “tener valores”. Es poder verse a uno mismo en verdad. Reconocer la herida, el deseo, el miedo.

Es no proyectar sobre el otro lo que no resolviste en vos.


Diego:

Y ahí está la fragilidad de muchos vínculos: son relaciones entre personas dormidas, heridas y confundidas… que piden al otro lo que no se dan a sí mismas.


Máximo:

Por eso los Padres del Desierto decían: “Conócete a ti mismo, o terminarás hiriendo sin saberlo.”

La falta de conciencia genera relaciones tóxicas no por maldad, sino por inconsciencia del alma.


Eduardo:

Y el gran error es querer construir pareja, amistad o incluso familia… sin haber hecho el camino interior.

Es como levantar una casa sin cimientos. Se viene abajo al primer viento.


Diego:

Y sin embargo, nadie nos enseña esto. Nos hablan de compatibilidad, comunicación, incluso sexualidad…

Pero muy pocos te dicen: “Mirá tu nivel de conciencia. No lo del otro. El tuyo.”


Máximo:

Porque es más fácil culpar que mirar hacia adentro.

Pero las relaciones no se rompen solo por conflictos: se rompen porque nadie tiene suficiente conciencia para sostener la verdad sin huir.


Eduardo:

Y tampoco hay conciencia sin dolor. Hay que haberse quebrado alguna vez… para entender cómo acompañar sin dañar.

La conciencia se forma en el horno del fracaso asumido.


Diego:

Entonces una relación estable no es la que nunca se pelea.

Es la que, al chocar, puede reflexionar, pedir perdón, crecer, cambiar.


Máximo:

Exacto. Porque hay una conciencia que permite integrar el error. Y otra que lo niega o lo proyecta.

Y esa diferencia es abismal. Es la diferencia entre amar… y usarse mutuamente.


Eduardo (en voz baja):

Tal vez por eso Jesús hablaba del amor al prójimo “como a uno mismo”. Porque sin conciencia de sí, tampoco hay misericordia hacia el otro.


Diego:

Y sin misericordia… solo queda juicio, manipulación o abandono.


Máximo (asintiendo):

Por eso, Diego, no preguntes si alguien te quiere. Preguntá si puede verse a sí mismo con verdad.

Porque quien no puede mirarse… no podrá cuidarte.



Silencio. El reloj de la biblioteca marca las siete. Afuera sigue lloviendo. Dentro, la conversación ha dejado una claridad serena: como si se hubiera limpiado el vidrio del alma


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