"El examen del alma"
Aula vacía. Atardece. Diego está corrigiendo exámenes, con gesto inquieto. Máximo entra, lo observa, y se sienta en silencio. Momentos después, aparece Eduardo con una carpeta bajo el brazo. Se acercan los tres al mismo banco. Nadie habla por un momento. Solo se escucha el tic-tac de un viejo reloj.
Diego (mirando los exámenes):
No puedo dejar de pensar en una sola palabra: akrasia. La tragedia de muchos estudiantes no es la ignorancia, sino el desgano lúcido. Saben lo que hay que hacer… pero no lo hacen.
Máximo:
La vieja enemiga del alma racional. Ya lo sabían Sócrates y Aristóteles: no basta con saber. Hay que querer. Y querer con constancia.
Eduardo
Pero claro, ahora se llama “problema de funciones ejecutivas”. Se le pone un nombre técnico y se le quita el drama espiritual.
Diego:
Tal vez porque la palabra “alma” ya no se usa en las planillas ministeriales. Hablan de desempeño, de foco, de ansiedad. Nunca de voluntad.
Máximo:
La voluntad, Diego, no se diagnostica: se forma. Es virtus, es hábito estable. Como decía Tomás de Aquino, virtus est ordo amoris — la virtud es el orden del amor. Sin amor, no hay perseverancia.
Eduardo:
Y sin sentido, no hay amor. ¿Cómo va a luchar por la templanza un estudiante que ya no cree que haya algo noble que alcanzar?
Diego (pensativo):
Entonces la akrasia no es solo debilidad. Es también desorientación.
Máximo:
Es ceguera del corazón. El querer pierde su norte. El deber se vuelve peso muerto.
Eduardo (con media sonrisa):
Y, para colmo, tenemos docentes que se creen terapeutas, y pedagogías que no exigen, para que el estudiante “no se frustre”.
Máximo:
Pero no es frustración lo que los arruina… es la tibieza. La espera constante de una motivación mágica que nunca llega.
Diego:
Los veo queriendo estudiar, pero atrapados en distracciones, con miedo a empezar. Como si algo dentro de ellos los frenara.
Máximo:
Lo que los frena no es solo pereza. Es falta de carácter. Y el carácter no se hereda. Se forja.
Eduardo:
Como en las artes marciales, ¿recuerdan? El hábito se hace en la repetición, en el cansancio aceptado, en el esfuerzo sin testigos.
> “El alma se fortalece con el mismo peso que la quiere aplastar.”
Diego:
¿Y si no quieren? ¿Si ya han renunciado al combate?
Máximo:
Entonces les queda el consuelo último: un docente que no renuncia a ellos.
Eduardo:
Y la posibilidad de que, aún derrotados, alguien les recuerde que perder no es lo mismo que ser indigno.
Diego (con una leve sonrisa):
Tal vez… el verdadero examen no es el escrito. Es el de la voluntad. Y no lo corrige el docente. Lo corrige la vida.
Máximo:
O la gracia.
La luz del aula se va apagando. Se escucha el canto de un ave en el patio. Eduardo cierra su carpeta. Máximo mira a Diego con ternura silenciosa. Nadie se levanta. Permanecen sentados, como si intuyeran que allí, en el aula vacía, ha tenido lugar el examen más importante del día.

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