“El mal no existe… pero te reforma por dentro”
Los tres caminan lentamente por el pasillo. Afuera comienza a llover. Las luces frías del pasillo reflejan el mármol pulido. Eduardo sostiene un libro de Voegelin. Diego guarda silencio. Máximo rompe la quietud.
Máximo:
Hay algo perverso —sí, perverso— en esta moda de negar el mal.
Lo han desactivado semánticamente. Ya no es real. Es una construcción cultural, un error técnico, una desregulación neuronal.
Diego
Claro… y Caín solo tenía un problema de autoestima.
Eduardo (añade):
O un contexto social adverso. Hoy, la palabra “mal” está mal vista. Decirla suena medieval. Te convierten en inquisidor si osás nombrarla.
Máximo:
La ingeniería social ha sido astuta. No combate el mal: lo disuelve en explicaciones sociológicas. No lo enfrenta: lo administra.
Y así logra que lo aceptes… sin saber que lo aceptaste.
Diego:
Como cuando se habla de “deconstruir valores tradicionales” sin nombrar lo que se destruye: la conciencia, el bien, el límite.
Eduardo:
Eric Voegelin advertía sobre esto. El mal moderno no es el que se oculta: es el que se maquilla de reforma. De progreso.
Y lo peor… lo hace en nombre de la libertad.
Máximo:
Y con presupuesto estatal.
En nombre de la salud, del derecho, del bienestar. Se niega el mal… y se lo institucionaliza.
Diego:
Pero si el mal no existe, tampoco el pecado. Tampoco la culpa. Entonces, ¿qué queda?
Eduardo:
Solo técnicas. Intervenciones. Reformas. Terapias.
Lo que antes llamábamos “corazón endurecido”, hoy es “trastorno del vínculo”.
Lo que era pecado, ahora es “conducta alternativa”.
Y el alma… ni se menciona.
Máximo:
Y así, la ingeniería social cumple su objetivo: no convertir al hombre, sino reprogramarlo.
No salvarlo… sino desdibujarlo.
Diego (con gravedad):
Y en esa lógica, ¿qué queda del mal? Solo una palabra que molesta.
Algo que estorba en el relato oficial.
Eduardo:
Por eso lo niegan. Porque reconocer que el mal existe implicaría que existe el bien.
Y si existe el bien… hay una medida. Y si hay una medida… hay juicio. Y si hay juicio… hay Dios.
Y eso es lo que no toleran.
Máximo (con tono profético):
La ingeniería social moderna es el proyecto de borrar a Dios sin disparar un tiro.
No lo combaten. Lo ridiculizan.
No persiguen la fe… la vuelven irrelevante.
Diego:
Y si el mal no existe… tampoco el perdón. Solo queda el castigo técnico… o la indiferencia total.
Eduardo (mirando por la ventana):
Nos educan para no creer en el mal. Pero los escombros humanos que deja esta negación… son demasiado reales.
Y gritan. Aunque nadie los escuche.
Máximo:
Por eso seguimos hablando. Porque nombrar el mal, como decía San Agustín, es el primer acto de resistencia del
alma lúcida.
Y porque el que niega el mal… ya lo sirve sin saberlo.

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