La guerra invisible

 




Escenario: Aula semioscura de la Universidad, al atardecer. Sobre la mesa, libros de estrategia, geopolítica y filosofía. Diego observa un mapa global digitalizado; Máximo entra en silencio. Eduardo los acompaña minutos después.


DIEGO

(Señalando un punto del mapa)

—Hay una guerra en marcha, pero no hay frentes, trincheras ni uniformes. La llaman guerra híbrida, pero no sé si entendemos realmente su profundidad ontológica.


MÁXIMO

(Sentándose con gesto grave)

—Lo híbrido es siempre sospechoso. Ni guerra ni paz. Ni visible ni oculta. Es un nuevo tipo de combate donde el enemigo ya no está fuera, sino dentro: en nuestras pantallas, en nuestros deseos, incluso en nuestros discursos.


EDUARDO

(Entrando con un libro en la mano: La sociedad del espectáculo)

—Guy Debord ya lo advirtió: el espectáculo ha reemplazado la realidad. Hoy la guerra se libra con símbolos, algoritmos y narrativas. Lo que se destruye no son ciudades primero, sino conciencias.


DIEGO

—¿Entonces no hay balas, sino emociones programadas? ¿Noticias como munición, influencers como armas tácticas?


MÁXIMO

—La guerra híbrida ataca la estructura simbólica del ser. Lo que se busca es desmantelar toda posibilidad de verdad. Primero se fragmenta el lenguaje, luego la comunidad, y por último, el alma.


EDUARDO

—Como decía Baudrillard: “La guerra ya no tiene lugar, sino pantalla”. Se pelea para que la realidad parezca sospechosa, para que la gente ya no crea ni en el bien ni en el mal. Eso sí que es victoria: no tener que disparar porque el enemigo se ha deshecho solo.


DIEGO

—¿Y cuál es nuestro lugar como educadores? ¿Podemos resistir?


MÁXIMO

—Educar hoy es un acto de subversión metafísica. Enseñar que el bien existe, que la verdad no se negocia, que hay belleza... eso es ir contra el flujo del simulacro.


EDUARDO

—Recuperar el lenguaje. Nombrar lo real. Leer a Sófocles, a San Agustín, a Solzhenitsyn. Dar palabras para lo innombrable. Porque quien no puede nombrar, no puede resistir.


DIEGO

—¿Y si ya estamos heridos?


MÁXIMO

—Todo alma verdadera entra en batalla herida. Lo importante no es salir ileso, sino no desertar. La fidelidad no es eficacia, sino permanencia.


EDUARDO

—Y el primer campo de batalla es la imaginación. Si nos quitan los símbolos, ganan. Si dejamos de contar cuentos verdaderos, si renunciamos a la poesía, pierden nuestros hijos sin siquiera haber peleado.



Silencio. El sol cae. Una paloma cruza el ventanal. La guerra sigue, pero en ese instante, han resistido.


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