LA RESILIENCIA




Escena: En un rincón tranquilo del parque de la universidad, al atardecer. Diego, con el ceño fruncido y un cuaderno entre las manos, está sentado bajo un roble. Máximo y Eduardo se acercan en silencio, percibiendo en su joven colega una inquietud que merece palabra y presencia.


Eduardo: (sentándose con lentitud) ¿Qué te ocupa, Diego? Ese gesto no es solo concentración… es el rostro de alguien que carga más de lo que admite.


Diego: (suspira) Estaba escribiendo sobre la resiliencia para mis alumnos. Pero no logro evitar una sensación amarga. Me pregunto si esa palabra no ha sido vaciada, convertida en slogan… una forma elegante de pedirle al otro que soporte lo insoportable.


Máximo: Buena observación. En efecto, la resiliencia ha sido secuestrada por discursos de autoayuda y meritocracia emocional. Pero su raíz filosófica es más honda. No se trata de “aguantar”. Se trata de resurgir con sentido.


Eduardo: Etimológicamente viene del latín resilire, “saltar hacia atrás”, como el árbol que se dobla pero no se quiebra. Pero en la tradición estoica, que tanto nutrió a Tomás Moro o a Marco Aurelio, la resiliencia es virtud: no es indiferencia al dolor, sino gobierno de sí en medio del dolor.


Diego: ¿Y qué la distingue de la mera adaptación? Porque el sistema también premia a quien se adapta, incluso a lo injusto, a lo violento.


Máximo: Justamente. La resiliencia no es obediencia al entorno, sino fidelidad a un eje interior. Viktor Frankl lo vio con claridad en los campos de concentración: “al hombre se le puede arrebatar todo salvo la última de las libertades humanas: elegir su actitud ante cualquier circunstancia dada” (El hombre en busca de sentido, 1946).


Eduardo: Y Simone Weil diría que el sufrimiento, cuando no es inútil, se convierte en escuela del alma. Pero para eso, necesita mediación. Nadie resiste solo. Resiliencia no es aislamiento, sino comunión silenciosa con algo más grande que uno mismo.


Diego: ¿Entonces no es una virtud individual?


Máximo: No completamente. Es una forma de esperanza encarnada. En Santo Tomás, la esperanza es una virtud teologal que nos inclina hacia un bien futuro difícil… pero posible por la ayuda divina (S. Th., II-II, q.17). La resiliencia es esperanza perseverante. Una fe obstinada en que el mal no tiene la última palabra.


Eduardo: Y también es una crítica. Porque cuando todo te invita a rendirte, seguir amando, enseñando, creyendo… es un acto de subversión. Una pedagogía de la resistencia.


Diego: Entonces… ¿se puede enseñar resiliencia?


Máximo: No como una receta, pero sí como una presencia. Un maestro resiliente no es el que nunca cae, sino el que cae, se levanta, y transforma su herida en hospitalidad. Enseñar es mostrar que el alma puede florecer aun en invierno.


Eduardo: Recuerda lo que escribió Georges Gusdorf: “Toda educación es aprendizaje del naufragio… pero también del horizonte”.


El silencio vuelve. Una hoja cae. Diego cierra su cuaderno, no con resignación, sino con el resplandor de un nuevo esbozo de esperanza.


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