“Ruinas habitadas”

 



Aula universitaria al atardecer. La palabra “comunidad” permanece escrita en tiza sobre el pizarrón. Diego, con gesto inquieto, sostiene un libro sin abrir. Máximo observa en silencio. Eduardo toma café frío. La atmósfera es de ocaso, pero también de resistencia.


DIEGO

Hoy un estudiante me dijo que siente que todo “se rompe por dentro”.

Y no hablaba solo de su familia o su carrera.

Hablaba de todo.

De la universidad, del país, de él mismo.

Y lo peor es que no estaba triste.

Estaba acostumbrado.


EDUARDO

Es que el nuevo mandamiento es claro:

“No te comprometas con nada que dure más de una actualización de software.”

Amor, patria, fe, amistad…

todo tiene que poder desinstalarse rápido.

Y sin dejar rastros emocionales.


MÁXIMO (murmurando)

O como dicen ahora:

“No me quiero atar a nada… pero exigime coherencia, inclusión, éxito, salud mental y sentido de vida en cada clase.”

Una generación libre de vínculos, pero atada a la ansiedad.


DIEGO

La paradoja es brutal.

Se proclama “autonomía emocional”…

pero están todos muertos de miedo por no ser validados.

Una autoestima que dura lo que un “like”.


EDUARDO

Y mientras tanto, el sistema educativo sigue girando.

Con rubricas, Excel y sonrisas institucionales.

Se cae todo…

pero evaluamos con “trayectoria integral” y “escalas de logro”.

¡Ah! El Titanic se hunde, pero la orquesta pedagógica sigue tocando!


MÁXIMO (encendiendo su pipa apagada)

¿Y qué decir del educador?

Un sujeto multitarea que debe ser psicólogo, influencer, burócrata, animador, analista de datos, y de vez en cuando…

profesor.

Todo eso, por supuesto, sin enfermarse jamás.

La salud es “una actitud”.


DIEGO

Y si te quemás, tranquilo.

Te ofrecen un curso de “inteligencia emocional en 10 minutos”.

Con certificado digital.


EDUARDO

No se trata solo de agotamiento.

Es algo más profundo:

una sociedad que ya no cree en sí misma.

Y que prefiere ironizarlo todo antes que llorarlo.

La risa hueca como anestesia.


MÁXIMO

Porque el dolor exige alma.

Y el alma estorba en la cadena de producción.


DIEGO

Entonces… ¿ya está?

¿Todo se derrumba y nosotros filosofamos como tres viejos estoicos en una caverna?


EDUARDO

No.

Nosotros hacemos arqueología anticipada.

Nos adelantamos a las ruinas.

Y les dejamos adentro un mensaje.

Por si algún día… alguien vuelve a excavar con esperanza.


MÁXIMO (asintiendo)

Lo que se destruye por dentro también puede reconstruirse desde adentro.

Pero no con slogans.

Con presencia.

Con decisiones pequeñas y verdaderas.


DIEGO

Como venir a clase aunque no te crean.

Como corregir ensayos aunque no te los lean.

Como seguir amando la filosofía aunque te digan que no “sirve para nada”.


EDUARDO

¿Sirve para algo?

Sí.

Para no volverse funcional a la mentira.

Para recordar que existe el bien.

Y que aunque el mundo se hunda…

el alma no es negociable.


MÁXIMO

Así que sí, Diego: resistimos.

Con humor, con cansancio, con ternura.

Porque entre las grietas de esta civilización que se destruye sola…

todavía hay quienes cuidan la lámpara.

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