Sobre la persecución ideológica en instituciones públicas
Diego:
Hoy un colega me escribió. Lo sancionaron. ¿El motivo? Dar su opinión sobre el aborto en clase de ética. Opinión fundamentada, sin violencia. Pero en esta institución pública... la ética ya no es ética: es consigna.
Máximo:
No fue sancionado por lo que dijo, sino por lo que no repitió. En tiempos de corrección política, el silencio también es delito. Si no celebrás el dogma ideológico reinante, sos hereje.
Eduardo:
Una nueva inquisición, pero invertida. Antes perseguían al que negaba a Dios. Ahora al que se atreve a afirmar que existe. Y si encima apela a la razón o la tradición, entonces ya no es docente: es un "peligro social".
Diego:
¿No era la universidad el lugar donde las ideas se encontraban, se discutían, se probaban en el crisol del diálogo?
Máximo:
Lo fue. Lo sería. Pero ahora la pluralidad ha sido sustituida por la monocromía ideológica. Se educa en “diversidad”... siempre y cuando todos piensen igual.
Eduardo:
Y si no lo hacen, serán “deconstruidos”. No con argumentos, sino con sanciones. No con diálogo, sino con comisiones evaluadoras de “perspectiva de género” y “transversalización del enfoque”. Palabras que suenan a progreso pero significan poder.
Diego:
Una colega me dijo: “hay que enseñar sin convicciones personales”. Pero… ¿quién enseña sin convicciones? Solo el que no cree en nada. Y entonces, ¿qué transmite?
Máximo:
Transmite vacíos. La ideología no necesita docentes pensantes. Necesita repetidores dóciles. Funcionarios del relato. Soldados del discurso.
Eduardo:
Recuerdo a Solzhenitsyn: “Vivimos sin verdad.” Y cuando la verdad se vuelve peligrosa, la universidad deja de ser universitas —el lugar del saber— y se convierte en campamento de reeducación.
Diego:
¿Y qué hacemos entonces? ¿Callamos? ¿Simulamos?
Máximo:
No. Perseveramos. No por estrategia, sino por testimonio. Aunque el aula se vuelva un campo minado, seguimos sembrando pensamiento. Aunque nos persigan, educamos en libertad.
Eduardo:
Y recordamos que el silencio también es enseñanza, si está cargado de presencia. Que una pregunta honesta puede valer más que mil manuales correctos. Y que un docente fiel, aún solitario, puede ser más revolucionario que todo el sistema.
Diego:
El precio es alto…
Máximo:
Sí. Pero el alma no tiene reemplazo.
Los tres se quedan en silencio. Afuera, la lluvia cae firme, como si lavara algo del aire. En el fondo, una estudiante escucha desde otra mesa, en silencio, con los ojos bien abiertos.
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