“El arte de llegar a tiempo” – Diálogo sobre la madurez.



Aula universitaria, tarde silenciosa. La luz entra con suavidad entre las persianas entreabiertas. Diego está sentado, revisando unos apuntes. Máximo entra con su andar sereno. Poco después llega Eduardo, con un libro de Platón bajo el brazo.


Diego: He estado pensando... ¿Qué significa realmente madurar? No envejecer, no acumular años, sino eso otro… que duele, que transforma, que calla cuando uno hubiera gritado.

Máximo (sentándose): Madurez… viene de maturus, ¿no? Lo que llega a tiempo. No antes, no después. Como el fruto que no se cae verde ni se pudre en la rama.

Eduardo: Me recuerda al kairos griego. Ese tiempo que no es cronológico, sino oportuno. La madurez es el arte de llegar al momento justo, sin ansiedad ni evasión.

Diego: Pero ¿cómo se aprende eso? ¿Con errores? ¿Con decepciones? A veces siento que la madurez es más una cicatriz que una medalla.

Máximo: Hermosa imagen. Las cicatrices son las firmas del alma que ha luchado sin rencor. El inmaduro reacciona, el maduro discierne. No porque no sienta… sino porque ha aprendido a no ser esclavo de sus impulsos.

Eduardo (citando a San Pablo): “Hasta que lleguemos a la madurez, a la medida de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13). La verdadera madurez, para nosotros, es la de aquel que se entrega por amor. No hay fruto más maduro que la cruz.

Diego (en voz baja): Y sin embargo, muchos asocian la madurez con frialdad… como si ser sereno fuera ser indiferente.

Máximo: Esa es la caricatura del maduro: el indiferente, el calculador. Pero el verdaderamente maduro ha llorado a fondo, ha amado con riesgo, ha perdido con elegancia… y no se ha endurecido por eso.

Eduardo: De hecho, el maduro es el que ama sin necesidad de poseer. Ha dejado atrás el amor egocéntrico del niño. Ha descubierto que la libertad interior no es huir del dolor, sino estar en paz incluso con lo que no puede cambiar.

Diego: Entonces madurar es… dejar de vivir del reflejo del otro.

Máximo: Exacto. Es empezar a vivir desde dentro. Con una brújula que ya no apunta al aplauso ni al juicio ajeno, sino a la verdad. Aunque duela.

Eduardo: Y añadiría algo más: el maduro no se define por sus logros, sino por su disponibilidad. Está donde hace falta, aunque nadie se lo pida. No llega con estruendo, pero llega… a tiempo.

Máximo (cerrando los ojos): Y cuando uno llega a tiempo, lo que toca florece.

Los tres quedan en silencio. Afuera, el día termina. Adentro, la conversación ha madurado también. No buscan ya definiciones, sino caminos. Caminos hacia el ser, hacia la verdad, hacia el Otro

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