“El fin del papel amarillo”
Aula universitaria. Luz tenue de la tarde. Diego, Eduardo y Máximo, sentados alrededor de una mesa cubierta de libros abiertos y anotaciones recientes. La pizarra detrás permanece vacía, como esperando ser escrita de nuevo.
Diego: Hoy un estudiante me preguntó si íbamos a usar “el mismo apunte de siempre”, el que circula por fotocopias desde hace años. Me dolió. Porque tenía razón. Muchos docentes todavía creen que un papel amarillo —literalmente— puede seguir siendo la base de una clase.
Eduardo (con ironía): Claro, porque Platón escribió una vez, y con eso basta. Y Santo Tomás armó la Suma, así, de un tirón, y ya no necesitó revisar nada más…
Máximo: Es el mito del saber fosilizado. Confundir la repetición con la enseñanza. Pero enseñar no es repetir: es abrir un espacio nuevo de comprensión cada vez. El docente que no estudia, no enseña: apenas administra contenidos muertos.
Diego: A veces creo que muchos colegas temen al estudio porque los enfrenta con su propia ignorancia. Prefieren seguir con “el mismo apunte”, como si fuera una garantía de autoridad.
Eduardo: La autoridad que no se renueva degenera en simulacro. Y no hay nada más triste que un simulacro de saber. Incluso el saber más verdadero, si no se revisa, se empolva.
Como decía el beato John Henry Newman:
“El conocimiento que permanece vivo es aquel que ha sido constantemente renovado por el pensamiento, el estudio y la exposición; lo que no se usa, se pierde.”
(Newman, J.H. (2003). La idea de una universidad. Discurso V. Trad. Carlos Ruiz Miguel. Ed. Encuentro, Madrid, p. 117)
Máximo: Además, es una cuestión de justicia. El alumno tiene derecho a un maestro vivo, no a un archivo ambulante. Enseñar es un acto de hospitalidad intelectual. Y uno no recibe al otro con sobras recalentadas.
Diego: ¿Pero no hay también un miedo estructural? El sistema pide resultados, no búsqueda. Evaluaciones, no procesos. ¿Cómo se estimula el estudio si todo está diseñado para el rendimiento mínimo?
Eduardo: Precisamente por eso, estudiar se vuelve hoy un acto de resistencia. En una época de simplificación y atajos, preparar clases con profundidad es casi revolucionario.
Como decía Zubiri, “no hay filosofía sin esfuerzo, ni pensamiento sin riesgo”.
Máximo: Y no olvidemos algo más grave: el docente que deja de estudiar empieza a despreciar al alumno. Lo trata como alguien que “no entiende”, en lugar de como alguien que puede ser comprendido mejor. El docente que no se forma, se deforma... y deforma.
Diego: El conocimiento cambia, el mundo cambia... pero algunos docentes siguen con los mismos tres ejemplos que usaban cuando cayó el Muro de Berlín.
Eduardo (sonríe): Y eso si saben qué fue el Muro de Berlín. Porque muchos ni siquiera actualizan el contexto. La clase se convierte en arqueología... sin método.
Máximo: Propongo un lema para esta nueva etapa: Que el papel amarillo se queme en el fuego del pensamiento vivo.
Diego: Amén. Y que quien no quiera estudiar, al menos deje de enseñar.
Eduardo: Porque en educación, la ignorancia no es sólo un error: es una injusticia prolongada.
Silencio breve. Cada uno mira sus notas. Afuera, los últimos estudiantes se alejan del aula. Adentro, el pensamiento sigue ardiendo.
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