“Fariseísmo y abandono: entre la herida y la fidelidad”
Escena: Biblioteca de la universidad. Tarde lluviosa. Máximo hojea un volumen de Leonardo Castellani; Eduardo anota en su cuaderno de citas. Diego entra con gesto preocupado, y se sienta frente a ellos.
Diego:
Hoy un estudiante me confesó que ya no pisa una iglesia. “No creo en gente que predica una cosa y vive otra”, me dijo. No lo dijo con bronca, sino con tristeza. Me dejó sin palabras.
Máximo:
Es que el dolor que causa la hipocresía religiosa es más profundo que cualquier argumento ateo. Castellani lo sabía bien. Escribió:
“El fariseísmo es una corrupción interna del alma religiosa; es el más grande de los escándalos porque apaga la fe del pueblo.”
(Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Ed. Jauja, 2003, p. 113)
Eduardo:
Y aún más duro en otra parte:
“La crueldad es la manifestación de un alma endurecida, de un corazón que ha perdido el temblor de Dios.”
(El Evangelio de Jesucristo, Ed. Dictio, 1967, p. 45)
Diego:
No niego que la Iglesia sea santa. Pero hay algo en los ambientes eclesiásticos que huele a cálculo, a simulacro. ¿Cómo anunciar la Verdad si el mensajero es falso?
Máximo:
La Iglesia no es santa por sus ministros. Es santa por Cristo. Como decía san Pablo:
“Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza viene de Dios y no de nosotros.”
(2 Cor 4,7)
Diego:
Y sin embargo, seguimos aquí. Enseñando, rezando, escribiendo… ¿Somos ingenuos?
Máximo:
No. Somos fieles. Y eso es mucho más difícil que ser optimistas. Como dijo Castellani:
“Cristo no necesita abogados. Necesita testigos.”
(Su Majestad Dulcinea, Ed. Dictio, 1979, p. 92)
La gran tragedia no es que haya traidores en la Iglesia. Eso lo hubo desde Judas. La tragedia es que los buenos se callan, o se rinden.
Diego:
¿Y entonces? ¿Cómo respondemos al que se aleja escandalizado?
Máximo:
Con humildad. Reconociendo que la herida es real. Que muchos se alejaron no de Cristo, sino de los que hablaban en su nombre. Y al mismo tiempo, ofreciendo algo distinto. Con nuestra vida.
Eduardo:
Testimonio, sí. Pero también belleza. Tolkien entendía que la belleza puede tocar donde los argumentos fallan.
“No todos los que vagan están perdidos”, dice Gandalf.
(El Señor de los Anillos, Libro I, cap. X)
Diego:
¿Y si, incluso con eso, no vuelven?
Máximo:
Entonces oramos. Perseveramos. Y dejamos las puertas abiertas. Porque Dios no necesita multitudes, sino lámparas encendidas en la noche.
(Los tres guardan silencio. La lluvia golpea con suavidad los ventanales. En la mesa queda abierto el Evangelio, el Silmarillion en español, y un libro de Castellani subrayado con fervor.)
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