La amistad



DIEGO (hojeando la Ética a Nicómaco):
“‘La amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales en virtud…’”, dice Aristóteles. ¿No es curioso? Hoy usamos la palabra “amigo” para todo: conocidos, aliados, seguidores. Pero ¿cuántos vínculos resisten el fuego de la virtud?

MÁXIMO (sirviendo café):
Porque la verdadera amistad no se mide en likes ni en afinidades políticas. Se mide en carácter, en el deseo mutuo del bien. Y eso es tan raro como valioso.

EDUARDO:
La amistad moderna se ha vuelto frágil. Cicerón ya advertía en Laelius de Amicitia que “la amistad sólo puede darse entre los buenos”. ¿Y qué pasa cuando lo bueno se relativiza, se diluye?

DIEGO:
Entonces la amistad se convierte en utilidad o en placer. Como diría Aristóteles: amistades de conveniencia o de goce, no de virtud. El problema es que esas se rompen cuando se termina la conveniencia… o el goce.

MÁXIMO (con tono irónico):
O cuando uno de los dos deja de reírse de los chistes del otro.

EDUARDO (sonriendo):
O deja de ser políticamente útil.

DIEGO (serio):
Pero la verdadera amistad resiste el tiempo, el fracaso, el silencio, incluso la diferencia. Es una forma de amor sin eros, pero con fidelidad. Santo Tomás lo entendía así: un querer el bien del otro en cuanto otro.

MÁXIMO:
Y eso exige virtud. Prudencia para saber cuándo hablar. Fortaleza para sostener. Templanza para callar. Justicia para dar lugar. No es sentimentalismo: es una escuela de carácter.

EDUARDO:
Y también una escuela de Dios. El mismo Jesús nos dice: “Ya no los llamo siervos, sino amigos” (Jn 15,15). No porque lo merezcamos, sino porque Él nos introduce en su intimidad.

DIEGO (señalando una cruz en la pared):
Esa es la cima de la amistad: la entrega. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Amistad y cruz. Amor y verdad. Lo demás es ilusión frágil.

MÁXIMO (cerrando un cuaderno de notas):
Tal vez por eso la verdadera amistad es escasa. Porque no se improvisa. Se forja.

EDUARDO:
Se cultiva con virtud y se sostiene con gracia. Porque, como dijo San Agustín, “sin Dios, la amistad perfecta no es posible”.

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