La impropiedad
[Una tarde gris, en una biblioteca silenciosa. Diego cierra lentamente un libro y habla en voz baja. Máximo hojea un cuaderno con apuntes. Eduardo observa por la ventana.]
DIEGO:
“La mayor parte del tiempo, el Dasein no se entiende a sí mismo. Está en la impropiedad.”
(Sein und Zeit, §43).
No es solo una tesis. Es un golpe.
MÁXIMO:
Un golpe... pero ¿a qué? ¿Al ego? ¿A la ilusión de que nos conocemos?
EDUARDO:
A esa ilusión, sí. Y a la forma en que vivimos sin darnos cuenta.
(Se gira hacia ellos)
Antes de seguir: cuando Heidegger habla de Dasein, no se refiere simplemente al “ser humano”. Dasein significa literalmente “ser ahí”, estar presente en el mundo. Pero no como una cosa más, sino como el único ente que puede preguntarse por su propio ser.
DIEGO:
Es decir, somos ese tipo de ser que no solo vive, sino que se interroga sobre lo que significa vivir. Que se enfrenta a su propia existencia.
MÁXIMO:
Y sin embargo, dice Heidegger, la mayor parte del tiempo no nos entendemos. Estamos distraídos, absorbidos por lo que otros hacen o dicen. Nos perdemos en lo cotidiano.
EDUARDO:
Eso es lo que él llama impropiedad. Vivir sin ser verdaderamente uno mismo. Repetir, actuar como se espera, sin tomar conciencia de que la vida —nuestra vida— nos está pasando por encima.
DIEGO:
Y lo peor es que ni siquiera lo notamos. Vivimos como si fuéramos alguien, pero en realidad no nos habitamos.
MÁXIMO:
Nos llenamos de ruido, de rutinas, de obligaciones. Y dejamos de preguntarnos quiénes somos en verdad. Solo cuando algo quiebra esa rutina —una pérdida, un dolor, una crisis—, aparece el silencio. Y con él, el llamado.
EDUARDO:
Un llamado que no viene de afuera. No es una voz. Es como una inquietud profunda, un malestar existencial que nos sacude. Nos muestra que no basta con funcionar. Que vivir exige algo más.
DIEGO:
Y tal vez ahí empieza la autenticidad. No como un estado permanente, sino como una forma de estar atentos. De no vivir dormidos.
Comentarios
Publicar un comentario