La sangre y el don
Aula de la universidad. Tarde serena. Diego revisa la Biblia de Straubinger mientras Máximo y Eduardo se acercan con libros patrísticos bajo el brazo. El tono es sereno, firme y reverente.
Diego (cerrando el texto):
—Hoy un alumno me preguntó si era pecado donar sangre. Dice que en su iglesia le enseñaron que no debía hacerlo porque “la sangre pertenece solo a Dios”. Me dejó pensando…
Máximo:
—¿Y qué le respondiste?
Diego:
—Le dije que lo íbamos a conversar. Pero quise ir a la raíz. Y pensé en esto: ¿realmente hay fundamento bíblico o patrístico para prohibir donar sangre por amor al prójimo?
Eduardo (abre un volumen de San Basilio):
—La objeción más común viene de ciertos pasajes del Levítico y los Hechos, ¿no?
“Que se abstengan de sangre” (Hechos 15,20). Pero el mismo Straubinger, al pie del versículo, comenta:
“La prescripción de abstenerse de sangre fue dictada por razones disciplinarias y de caridad fraterna en una Iglesia naciente donde convivían judíos y gentiles. No tiene valor permanente.” (Nota a Hechos 15,20).
Máximo (asintiendo):
—Exactamente. Y la Summa de Santo Tomás lo corrobora. Al tratar del uso de alimentos, explica que las prohibiciones del Antiguo Testamento tenían valor pedagógico, pero no son obligatorias bajo la ley de la gracia (S.Th. I-II, q.103).
Diego:
—Entonces, donar sangre, lejos de ser impuro, podría leerse como una obra de misericordia corporal. Cristo da su sangre, y nosotros participamos del misterio donándola por otro.
Eduardo:
—Bellamente dicho. Y piensa en San Ignacio de Antioquía, camino al martirio:
“Dejadme ser alimento de las fieras, para que, por ellas, sea hallado pan puro de Cristo” (Carta a los Romanos, 4-5).
¿Y no es la sangre aún más íntima? Es el símbolo mismo de la vida. Donarla es donarse.
Máximo:
—Y el mismo Señor lo dice:
“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15,13).
Straubinger traduce: “No hay mayor amor que el de dar uno la vida por sus amigos.” Y en esa lógica, donar sangre puede ser un gesto pequeño, pero profundamente cristiano.
Diego (meditando):
—O sea que negar la donación por un legalismo mal comprendido puede ser, en el fondo, un olvido de la caridad.
Eduardo:
—Exactamente. Y recuerda lo que decía San Agustín:
“Ama y haz lo que quieras” (In Epist. Jo. ad Parthos, Tract. VII, 8).
Si lo que haces nace del amor verdadero, no contradice a Dios.
Máximo:
—La Tradición lo confirma. No encontramos ni en los Padres ni en los Doctores una prohibición. Al contrario, la Iglesia enseña la virtud del sacrificio por el otro. Y el Catecismo de la Iglesia Católica lo enseña con claridad:
“La donación de órganos después de la muerte es un acto noble y meritorio. Es expresión de generosa solidaridad.” (CIC, n. 2296).
Diego:
—Entonces donar sangre no solo no es pecado: es un gesto profundamente cristiano.
Eduardo:
—Así es. Negarse a donar sangre con argumentos arbitrarios, sin comprensión de la Escritura ni del Magisterio, puede esconder una religiosidad sin caridad. Y como diría San Pablo:
“Si no tengo caridad, nada soy.” (1 Cor 13,2).
Máximo (cerrando el Catecismo):
—En resumen:
No hay fundamento bíblico sólido para prohibir donar sangre.
La Iglesia lo valora como acto de amor y generosidad.
Solo el amor verdadero disierne cuándo un acto sacrifica lo justo o simplemente escapa del deber.
Diego (con una sonrisa):
—Gracias. Ahora sé qué responderle. Y más aún: me ayudaron a ver que donar sangre puede ser un acto de eucaristía vivida.
Comentarios
Publicar un comentario