La correción con IA


Escena: Sala de profesores, tarde de otoño. El murmullo de estudiantes se filtra desde el pasillo. Diego, Máximo y Eduardo conversan en torno a una mesa cubierta de volúmenes.


Diego: (cerrando la Summa Theologiae) En De Veritate I, q.1, a.9, Tomás es claro: el juicio es “acto propio del entendimiento, por el que se afirma o niega algo con verdad o falsedad”. Si ese juicio lo produce un algoritmo, ¿quién responde por la verdad o falsedad del veredicto?

Máximo: (ajustando las gafas) Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI, 5, 1140b, sostiene que la phronesis versa sobre lo contingente y requiere deliberación prudencial. La IA no delibera; calcula. No hay prudencia sin alma racional que ordene los medios a un fin bueno.

Eduardo: (abre un volumen de The Letters of J.R.R. Tolkien) Y Tolkien escribió: “La fantasía… es una actividad humana. De hecho, la fantasía permanece una actividad humana. No puede ser hecha por máquinas” (Carta 131, a Milton Waldman). Si la fantasía —el orden creativo— no puede ser producido por máquinas, ¿cómo vamos a confiarles la hermenéutica, que exige imaginación intelectual y no mera repetición estadística?

Diego: Y sin hermenéutica no hay corrección verdadera. Lo que hacemos no es sólo verificar datos, sino interpretar un acto de pensamiento.

Máximo: Por eso me preocupa que algunos docentes confundan ayuda instrumental con delegación de juicio. Santo Tomás ya advertía en Summa Theologiae, I-II, q.57, a.3, que la prudencia no puede ser transferida como un arte manual, porque depende de la experiencia y de la recta razón.

Eduardo: Y aquí entra el peligro: el docente que se acostumbra a que la máquina corrija pierde la experiencia de la lectura viva. Termina, como diría Aristóteles en Metafísica IV, 1008b, creyendo que saber es “lo que parece” a otro, sin examinar por sí mismo.

Diego: (con un gesto firme) Entonces la cuestión ética no es sólo si usamos o no la IA, sino si la mantenemos como herramienta bajo nuestro dominio, o si le entregamos la soberanía de nuestro juicio.

Máximo: Y entregar el juicio es, en sentido tomista, abdicar de la virtud misma del intelecto.

Eduardo: (cerrando el libro) Y cuando un docente abdica, no es sólo él quien pierde; es el estudiante quien queda huérfano.

Comentarios

Entradas populares